Aquel Domingo, era un día muy especial, Felipe se había preparado para su segunda carrera. Todos los días por la mañana, muy temprano, había que hacer calentamiento, salir, respirar, soplar, contemplar el largo camino para recorrer. Una o dos horas. En realidad el tiempo no importaba, lo que realmente era prepararse y estar listo para llegar a la meta.
Al Verlo correr, me preguntaba ¿Qué estará pensando? ¿Le dará tiempo de recordar algo?; ¿Encontrará la solución a algún pendiente? Quizás, simplemente escuchará el sonido de su respiración.
Una año había pasado después de la última carrera de 10 Kilómetros, -se dicen fáciles- pero realmente requieren de un gran esfuerzo y preparación. Felipe era una persona particularmente diferente a muchos corredores. Gozaba correr y caminar pero su objetivo nunca sería el de ganar. Aunque el estaba conciente que realizar el recorrido, a su tiempo y alcanzar la meta propuesta. Para él, eso era ganar, no importaba el lugar, aunque fuera el último -seguido comentaba a sus hijos-, pero había que llegar a la meta y claro buscar mejorar la última marca en tiempo.
Así es, sabía que en esta sencillez, estaba su soberbia secreta. Esa vanidad de lograr sigilosamente sus objetivos, sin presunción, sin comparación. ni jactante ostentación. Era un asunto personal, poner una meta y alcanzarla, como lo era en su estilo de vida.
En esta ocasión, el recorrido fue exactamente el doble. ¡20 kilómetros!. Y sus dudas lo asaltaban.
Con más de 50 años y algunas inquietudes de salud, por su puesto nada grave, él sabía que tenía que llegar, pero no sabía como.
La salida fue en varias categorías: por edades, por puntos obtenidos con anterioridad y finalmente de aficionados, aquí estaba inscrito él.
Los amigos que lo habían motivado iban en la primera categoría, así que el recorrido la haría sólo. ¡Te vemos en la meta! Le gritaron antes de despedirse. Él complacido y con una sonrisa respondió: ¡Si llego!
Sonó el primer balazo , salieron con toda energía la primera categoría, a los dos minutos, la segunda; en menos de 5 minutos saldrían los aficionados, que por cierto eran muchos.
Su familia lo contemplaba, al tiempo de que tomaban fotos. Felipe iniciaba su carrera con todo lo practicado a cuestas. 5 kilómetros y él no presentaba un síntoma de cansancio. Antes de llegar a los 10 Kilómetros empezaba a sentir fatiga. El sudor corría por su frente pero era detenido por el paliacate en su cabeza. No sabía bien que estaba pasando, al ver el letrero: 10 Kilómetros, su corazón parecía latir de tal forma que se votaría en cualquier momento. Se descontroló, escuchaba como los fuertes latidos en el pecho iban en aumento, Los sentía en la garganta y en sus oídos. ¡Debo parar! Pensó. Una aterrante angustia se apoderó de él y en un segundo perdió toda seguridad. ¡me voy a morir si continúo! pensó.
Su esposa he hijos conocían el recorrido y decidieron alcanzarlo en el coche, llegaron antes qué él a los 10 Kilómetros y estaban preparados con una cámara. Se veía tan seguro, tan tranquilo y lo acompañaron a la distancia sin distraerlo durante varios minutos. Su hija, orgullosa de su padre, tomaba y tomaba fotos. La familia lo animaba con gritos, silbidos y porras
Felipe a punto de desistir, escuchó la voz de un compañero, decir: ¡Tranquilízate hermano! ¡No te desesperes! Baja un poco la velocidad, respira profundo y saca el aire en pausas. ¡No te pasará nada!
El volteó y lo miró sin detenerse. Un hombre de su estatura, pelo entrecano y largo, amarrado por un listón. Con una leve sonrisa, le agradeció y siguió las instrucciones. Modificó su respiración, bajó el paso y se olvidó de pensar. No más desesperación de saber cuánto había recorrido.
El señor, no se le despegaba, a veces con algunos comentarios y otras callado. Fue al paso de Felipe. Quién le escuchó decir. Llevó muchos años haciendo esta carrera. Me gusta mucho correr y siempre he llegado a la meta. Así que no te preocupes. Solo, no debes olvidar el saber respirar.
Al ingresar aire a tus pulmones, piensa en la satisfacción de hacer el camino y no en todo lo que te falta por recorrer. Piensa, también, en lo feliz que eres por hacer esta actividad, por la satisfacción personal, muchos se quedan a la mitad y peor aún ni siquiera lo intentan.
Al sacar el aíre, saca tus temores, tus dudas. ¡Despacio!, no llevamos prisa.
Y ahora sigue corriendo, sin el peso de la angustia. Tus pies no sentirán el suelo, porque flotarás sobre él.
Felipe volvió la mirada hacía su compañero. Con cierta ironía pensó, este me está lavando el cerebro.
Efectivamente amigo, te estoy distrayendo para que no pienses, para que no dudes y bueno, de vez en cuando me gusta imaginar que en lugar de correr, estoy volando.
Entonces, la familia se empezaba a preocupar. Notaron que había bajado la velocidad, su rostro denotaba cansancio y justo en ese momento la ruta a seguir los obligaría a perderlo de vista por un buen rato. Esperaron hasta perderlo de vista, llevaba menos velocidad pero recuperaba su semblante. Decidieron adelantarse unos kilómetros más, para esperarlo y seguir tomando fotos.
Felipe, por su parte, ya no sentía aquella angustia, ya no escuchaba a su pecho protestar por el esfuerzo. Su carrera pausada, continua pero segura le daban una gran alegría. No sabía cuánto había recorrido, ni cuánto tiempo había pasado. No le preocupaba, hacía rato que no veía los letreros que le indicaran los kilómetros recorridos. Su amigo seguía ahí, ahora en absoluto silencio.
Tampoco percibió si los habían rebasado algunas personas de su categoría o sí se habían quedado atrás. El continuaba en su esfuerzo por llegar a la meta.
Entonces escuchó los gritos de su hija, que lo saludaba y meneaba la mano, No sabía que decía. Felipe estiro su brazo y continuó su carrera. Solo le dijo a su acompañante: Es mi hija.
Entonces el dialogo retornó. Se ve que lo quieren mucho. Sus hijos han seguido al pendiente de usted, cuidando que nada le pase. Los he visto desde que iniciamos el recorrido. Su hija no se cansa de fotografiarle.
Felipe no había visto a su familia hasta entonces, iba tan concentrado en la carrera que no se le había ocurrido voltear a buscarlos. Esperaba verlos hasta la meta.
Bueno amigo, yo lo dejo, -le dijo el señor-. Ya estamos a punto de llegar y quiero apretar el paso en este punto. Usted no se preocupe, ha cumplido su cometido sin ningún contratiempo, dese su tiempo, no hay prisa alguna por llegar a ningún lado.
Muchas gracias, señor… No importa el nombre, -interrumpió aquel señor- nos veremos en la próxima y se alejo.
Aquel hombre llevaba el numero 20200 y se perdió entre los corredores con una gran rapidez.
Felipe, sorprendido, solo se grabó el número y continuó a su paso la carrera.
Y en unos cuántos minutos más, cruzó a la meta.
Llegó exhausto. Pasó por su medalla participativa, le dijeron el tiempo que había hecho y el lugar que había obtenido. Datos que debía saber para mejorar sus propias marcas. Continuó caminando para recobrar el estado normal de su respiración y buscó a aquel amigo, que había sido de gran ayuda. No lo encontró.
Caminó hasta su familia, después de felicitaciones y abrazos, seguía buscando entre los competidores a el deportista de cabello largo, pero seguía sin localizarlo. Ante la insistencia, su esposa preguntó a quién buscaba y fue entonces que les comentó sobre su extraña compañía. Su familia le miró incrédula. Ellos le habían seguido de cerca en varios puntos y siempre lo habían visto solo.
Entonces, le dijo a su hija, busca la foto que me tomaste cuándo levante el brazo. Ella se la mostró y efectivamente estaba sólo.
Felipe pensó ¿Me estaré volviendo loco? E insistió. Llevaba el número 20200. Papá -le dijo su hija – esta mañana leímos que por primera vez sólo se habían inscrito 20’000 personas a la carrera.
Entonces, ¿Quién era, la persona que iba a mi lado todo el tiempo? ¿Quién me acompañó en el momento qué mas lo necesité?
Ya, para entonces la familia y él se habían encontrado con sus amigos, los otros competidores, quienes inmediatamente se incorporaron a la conversación. Uno de ellos, Gabriel con más experiencia en estas carreras, comentó: Nadie Felipe era tu corazón que te estaba hablando y te pedía que confiaras en ti y en él.
Cuándo tu corazón habla y te pide que aprendas a respirar -puntualizó- cuándo te pide que hagas una pausa en tu vida y controles la desesperación, cuándo sientes que no puedes más, ese corazón se convierte en un ángel, que te llevará a cumplir tus metas, porque sabe que te has preparado para ello.
Observa Felipe, cuándo tu respiras, -continuó hablando- estas inhalando vida, aire que recorre todo tu cuerpo. Cuándo exhalas estas sacando de él todo lo que no necesitas y entre esto está la angustia y la desesperación.
Felipe lo miró con escepticismo, su razonamiento lógico no le permitía aceptar lo que escuchaba, pero lo que había vivido, no tenía otra explicación.
Gabriel finalizó: Es algo que pasa a algunos los corredores, ya hemos escuchado antes, estas historias. Sólo Felipe aprende a escuchar tu corazón.